jueves, 7 de septiembre de 2017

HISTORIAS DEL EXODO

HISTORIAS DEL ÉXODO

Por: Nelson Ochoa  - Fecha de Publicación 7 de Septiembre de 2017




La actual crisis  económica y social que vive Venezuela, no solo ha afectado a los propios venezolanos, sino también a aquellos extranjeros que durante años vivieron en ese país. Muchos de ellos están retornando a sus países de orígenes, tratando de rehacer sus vidas. 

En la década de los 70´s, cuando la bonanza petrolera demandó mano de obra extranjera para asumir una economía en crecimiento, Venezuela recibió a más de un millón de colombianos, principalmente personas dedicadas al campo y al servicio doméstico. Desde entonces, un gran número de connacionales veían como destino, la tierra de Bolívar.

Esta migración al vecino país se nutrió con el conflicto interno. Según la  ACNUR desde finales de los 90´s, fueron expulsados cerca de 200 mil desplazados que buscaron amparo al otro lado de la frontera. 

Desde 1999, cuando Hugo Chávez asume la presidencia y comienza la llamada “revolución bolivariana”, en Venezuela no se publica un anuario estadístico oficial del número de colombianos radicados en ese país. La cifra que da a conocer el actual presidente Nicolás Maduro sobre los cinco millones de colombianos que viven en su país, solo tiene como soporte su palabra.  

En la  frontera  se  registra  un flujo  constante de personas procedentes de Venezuela que muy  fácilmente se confunden entre venezolanos y colombianos. Paraguachón es uno de los puntos de control que recibe este fenómeno migratorio. 

Hasta la fecha, datos de Migración Colombia indican que el ingreso de colombianos por este punto migratorio, ha sido el 51 % mujeres y un  49 %  hombres.
Pero existe una  frontera alterna, aquella  que no tiene límites, la que es alimentada por un sinnúmero de trochas. Por ella, también ingresan connacionales.  En el camino, algunos hablan de lo difícil y costosa que es la vida en aquel país; otros, prefieren guardar silencio.

Riohacha y Maicao,  son las dos ciudades del departamento de La Guajira, donde se encuentran el mayor número de connacionales que  tomaron una radical decisión, salir de Venezuela.

Conozca la historia de cuatro colombianas que representan a todos los hombres y mujeres que cruzan a diario la frontera, huyendo de la difícil situación que vive aquel país que un día los acogió como propios.

La Sifrina 

Nathalia Duran, 40 años


Llegó a Caracas, a mediados de septiembre de 2002, para iniciar sus estudios universitarios en el Instituto de Diseño Las Mercedes. Los  jóvenes venezolanos regresaban de sus vacaciones de verano y retomaban en aparente calma a sus actividades académicas. Justo ese año, el 11 de abril, se vivió un intento de derrocamiento contra el entonces presidente Hugo Chávez.

“Llegué en un año difícil, pese a que habían pasado muchos meses del golpe de Estado contra Chávez, los venezolanos no olvidaban las víctimas que dejó una protesta en cercanías del Palacio de Miraflores”. Agregó Nathalia.

Sus años en Caracas, transcurrieron entre manifestaciones y enfrentamientos callejeros entre chavistas y antichavistas. Su estado de ánimo lo llegó a reflejar en sus diseños y plasmar en cada trazo, aquella ciudad que alguna vez  Gabriel García Márquez dijo: “Una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal”.

A Colombia, sólo venía de vacaciones. Familiares y amigos  la apodaron la “sifrina”, porque estaba adquiriendo el acento de los caraqueños. Finalizando sus estudios contrajo matrimonio y tuvo dos hijos.

Hace un año regresó a Riohacha, donde ha podido ejercer su carrera. Tiene clientas fijas que consideran su trabajo como ejemplar. Del recuerdo de aquella joven que añoraba vivir en Caracas y colocar una boutique en la emblemática calle de Sabana Grande, queda muy poco.

Añoranza

Alicia Ochoa, 80 años.

Montó por primera vez un avión cuando viajó de Maracaibo a Caracas en 1958. Su sueño era conocer esa ciudad y lo logró. Llegó a Venezuela finalizando el gobierno de Marcos Pérez Jiménez.  Una época en que el país se convirtió en el destino de cientos de inmigrantes europeos que huían de sus naciones como consecuencia de los desastres dejados por la Segunda Guerra Mundial. En este entonces Venezuela vivía un gran auge económico.

“Quedé maravillada con tantas obras bonitas. Caracas era una ciudad de ensueño, había construcciones por todos lados. Recuerdo que visité el recién inaugurado  Hotel Humboldt, donde se organizaban las grandes fiestas de la época. Decidí quedarme, supe que esa ciudad era mi lugar”. Puntualizó Alicia.

Aprendió el arte de la culinaria,  gracias a  una pareja de esposos conformada por una argentina y un gallego. Trabajaba en la zona exclusiva de Altamira, al este de Caracas. Con lo que ganaba, le servía para su manutención y enviar dinero a sus padres quienes vivían en el corregimiento de Moreneros, zona rural de Riohacha.

Años después, contrae matrimonio con un hombre de familia italiana y tienen 3 hijos. Para ese entonces logra su nacionalidad como venezolana. 

Por temporadas, visitaba a sus familiares en Riohacha y llegaba cargada de obsequios. A sus 80 años, ha cruzado el Puesto de Control Migratorio de Paraguachón infinidades de veces.  Incluso,  ha pasado por trochas, como le ocurrió en 2015 cuando el presidente Nicolás Maduro ordenó el cierre definitivo de la frontera.

Cada tres meses  viaja a Caracas a reclamar su pensión que son  175 mil bolívares, unos 60 dólares al cambio. Hace más de un año está  en Riohacha, pero siempre añora regresar de un todo a Venezuela. Guarda la esperanza que todo cambie. Los mejores años de su vida, los ha vivido en aquel país.

La Indocumentada   

Yenni Estrada, 42 años

Una madruga de julio de 2005, cruzó la frontera por la trocha “Los Filú” con el único propósito de llegar a ciudad Ojeda (estado Zulia). Su situación  migratoria era indocumentada para las autoridades de Venezuela. En la alcabala (punto de control de la Guardia Nacional) de río Limón,  los militares de turno, la amenazaron con denunciarla ante la Onidex (Oficina Nacional de Identificación y Extranjería), si no entregaba todo el dinero que llevaba. Los ahorros de semanas, quedaron en manos de extraños.

“Me retuvieron en un cuarto por varias horas, me hicieron muchas preguntas. Pensé que me iban a deportar. Gracias a Dios, pude salir de allí porque entregué hasta el  último bolívar que me había quedado”. Concluyó Yenni.

Llegó a Venezuela, en pleno año de elecciones parlamentarias, en un país polarizado y marcado por la política del presidente Hugo Chávez,  y su partido MVR (Movimiento V  República).  Para ese entonces, la oposición anunciaba su posible retiro de la contienda electoral alegando falta de confianza en el Consejo Nacional Electoral y faltas de garantías para el voto secreto.

Una amiga le enseña el oficio de  manicurista, con lo poco que ganaba, le servía para su sostenimiento en la ciudad.  Tan solo en 2009, logró nacionalizarse, año en que los venezolanos debían votar para aprobar o rechazar en las urnas el Referéndum Aprobatorio de la Enmienda Constitucional.

Poco después, conoce a un venezolano, con quien tiene dos hijos. Ante el fracaso sentimental, se refugia en la religión evangélica.  En su rostro, se nota lo duro que ha sido su vida, pero ha aprendido a poner  su confianza en Dios.  Desde el 2015 está en Riohacha, época en que Colombia vivió una de las peores crisis migratorias de la historia, donde miles de colombianos fueron deportados de Venezuela. 

Ahora, ella piensa en sus dos hijos, en el bienestar de ellos, no se imagina volver a ese país. Hoy, está tratando de  rehacer su vida, lejos del temor que vivió durante años.

Mamá a los 23

Gilda Bertti, 29 años

Tenía tan solo 5 años cuando sus padres deciden irse a vivir al estado Bolívar, suroriente de Venezuela. Llegaron en 1993, un año marcado por las elecciones presidenciales donde resultó electo Rafael Caldera por el partido Convergencia Nacional.  Su padre trabajaba en la albañilería y su madre era ama de casa. 

“Mi papá viajaba con mucha frecuencia a ese país porque le salían trabajos de albañilería. Es cuando toma la decisión de irnos a vivir allá.  No recuerdo mi infancia en Colombia, sino lo que viví desde niña en otras tierras”. Agregó Gilda

En marzo de 1999, un mes después que asume el poder Hugo Chávez, cumple 15 años.  Su vida transcurría entre el Liceo, sus amigos y fiestas. A finales de ese año, cuando ocurre el desastre de Vargas, considerado el peor desastre natural ocurrido en el país después del terremoto de 1812,  se mudan a la ciudad de Barquisimeto.

Con la nacionalidad en mano, hace su primer viaje a Colombia en compañía de su madre. Fue un reencuentro con su familia, con su infancia, con el país que la vio nacer.  En su hablar,  ya se le marcaba el acento venezolano.

A sus 23 años le toma por sorpresa su primer embarazo, se casa al cuarto mes de gestación y se va  a vivir junto a su esposo a Maracaibo.   En 2009 cuando el gobierno de Chávez aún permitía el envío de remesas al extranjero, logra comprar  en Riohacha una  mediaagua como patrimonio familiar.

Hoy es una mujer separada, dice que vive feliz, tiene lo necesario. El ver crecer a su hijo es su mayor satisfacción. Hace dos años, trabaja como cajera en un reconocido restaurante en la capital guajira.



0 comentarios:

Publicidad